Musimundo de la nostalgia

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En plena generación del MP3, Carlos se gana la vida vendiendo vinilos. Un negocio redondo, valga la redundancia. Su local de Corrientes y Talcahuano rebalsa de jóvenes-viejos (típicos barbudos sub-30) en busca de oro negro. Entre cajas empolvadas y tapas amarillentas, cogotean los discos de Piazzolla, Miles Davis, los Beatles y ese de Spinetta que nunca vas a encontrar. La sección “Folclore” tiene más rating que la de “Jazz 1950”, pero juntas no le ganan a la de “Rock Nacionaal” (así, escrito con doble “A”). Acá Charly García o Litto Nebbia son palabra santa. No te atrevas a hablar de Miranda! o el último de La Renga... ¿Pity Álvarez? ¿Quién es ese?

Este Musimundo de la nostalgia parece una sucursal del Parque Rivadavia o el Centenario. Sólo que acá no quieren enchufarte un plasma, ni una de esas computadoras de última generación. El dueño del lugar te atiende él mismo y conoce tus gustos musicales. Es tu vendedor, tu amigo y tu consejero. Sabe que si te llevás el primero de Yes, después vas a volver por alguno de Emerson, Lake and Palmer o King Crimson.

Los discos que ofrece bordean los 50 pesos, y sólo aumentan su precio a medida que los personajes de sus portadas van pasando a mejor vida. Hace 3 años te vendía el primero de Pappo’s Blues a 45 pesos (¡Una joyita!) y ahora lo puso a 80. Upssss. Gajes del oficio, los llama él. Como ese capítulo de Los Simpson en que se moría el saxofonista Encías Sangrantes Murphy y su único LP pasaba de 250 dólares a 500. Las maravillas que pueden lograr un marcador negro y un vendedor sin escrúpulos.

Un chico entra al lugar y empieza a revisar el material de la fritura constante (aunque este ambiente no tenga nada que ver con la cocina). No encuentra el segundo de Sui Generis. Preocupación. “Te lo consigo para la semana que viene”, escucha. Se ofusca. Pucherito. No se lo puede sobornar ni siquiera con dos de Serú Girán. Al final se va del local a las apuradas. Se calza el IPod que lleva en el bolsillo y enfila para Corrientes, cabeceando al ritmo de la música. Ni se da cuenta que lleva colgando de su cuello unos 200 vinilos.

NJI (2008)

Jorge

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Ni John Lennon, ni Paul Mc Cartney. Mariana era fanática de George Harrison y la banda sonora de su vida se reducía a tres canciones: Something, Here comes the sun y While my guitar gently weeps. De hecho, eran sus temas preferidos de tooooda la discografía beatle. Detestaba las baladas melosas de Mc Cartney y las posturas idealistas de Lennon. Y sobre Ringo no tenía que reflexionar demasiado... Simplemente era Ringo.

La conocí de casualidad, en el show de una banda tributo que se presentaba en el The Cavern de la calle Corrientes. Un amigo me había arrastrado hasta el lugar (siempre fui más del palo jazzero, pero esa noche no tenía mejores planes), así que no tardé en aburrirme y empezar a palpar el ambiente. Ahí registré a Mariana por primera vez; estaba sentada en una mesa del fondo, con una mochila del Submarino Amarillo sobre el respaldo de la silla. Seguía con mucha atención lo que pasaba en el escenario, aunque en realidad sólo miraba al guitarrista que ocupaba el rol de Harrison. Le divertía buscarle los errores y, entre pifie y pifie, me acerqué a su mesa.

“Estoy esperando a un amigo”, se excusó como para echarme con elegancia. Pero no lo logró; me senté y me presenté. En mis 26 años de vida, nunca había estado tan agradecido de llamarme Jorge como en aquella noche. A ella se le dibujó una sonrisa en el rostro cuando escuchó el nombre y sus ojos se transformaron en un show de fuegos artificiales para mí solo. Se rió, enseguida me rebautizó “George” (cada tres palabras me empezó a llamar así, o incluso preguntaba “¿No es así, George?” y se volvía a reír). Charlamos un rato, la acompañé a la parada del 124, me pasó su teléfono y nos despedimos.

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30 de noviembre de 2001. Ahora debería estar con Mariana de luna de miel en la India, si no fuese porque justo ayer se murió Harrison y los planes se fueron al diablo. Hice los mil y un esfuerzos por consolarla y convencerla, pero me dejó plantado en el registro civil (por iglesia era imposible, ¡Es hare krishna!) y después me trató de insensible. Nos peleamos como nunca antes y me dejó a la semana siguiente.

Volvimos a vernos recién dos años después, en un recital. Me contó que había cumplido su sueño de conocer Liverpool y que había mejorado muchísimo con la citara. No me animé a decirle que había quemado todos los discos de su ídolo, esos que había dejado aquella vez en mi casa (el primero que ardió fue All things must pass, su preferido), pero sí cuánto la extrañaba. Me abrazó. La abracé. Nos abrazamos. Decidimos darnos otra oportunidad y nos fuimos juntos del Gran Rex, sin importarnos cuántos temas más faltaban para que terminara el show de Jorge Drexler.

NJI

QWERTY

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Sos un signo de interrogación,
una pregunta bajo los escombros,
una oración unimembre.

Sos el palito de la “Ñ”,
niña, ñoña y ñata,
la patita de la “P”

Sos Jimena, Gimena y Ximena,
septiembre y setiembre,
pero nunca otubre

Sos el gancho de la “J”,
jarrón, jaula y jungla,
la pancita de la “D”

Sos una sopa de letras,
un diccionario con caldo,
servido en la cena

Sos la “CH” que borraron,
el silencio de la "H",
la “LL” perdida

Sos la Rial Academia Española,
intrusos en tus labios,
esdrújulas sin techo

Sos el “@” de mi teclado
El ALT+64 de mis días
Mi eterno F5

Sos un juego de palabras cruzadas,
el scrabble de mis sueños,
Rayuela y Ficciones

Sos un sudoku resfriado,
un crucigrama deshilachado,
la palabra “protocolo”

Sos sujeto y predicado,
un libro abandonado,
una sílaba con tilde

Sos los 140 caracteres del Twitter,
un diptongo embarazado,
la palabra “acetato”

Sos este texto inconexo,
cóncavo y convexo,
geométricamente perfecto

Sos un verso envenenado,
una rima en mal estado,
un guión recostado

Sos tres puntos suspensivos
atravesándome el pecho,
en una noche de invierno

Sos “etc”, “ídem” y “sic”,
una abreviatura por SMS,
un prólogo color café

Sos el ABCedario incompleto,
la puteada amable,
un renglón torcido

Sos -sobretodo- una mala palabra,
castigada y en penitencia,
escapando de su punto final

NJI