Taxi, voy

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"No sabés la cogida que le pegué". Así arrancó su monólogo el taxista que me llevaba ayer a la noche, desde Corrientes y Bulnes hasta Gaona y Nazca. Gordo, canoso, desdentado. Tenía un Peugeot 504 y venía escuchando Radio 10 a todo volumen. Los tacheros suelen contar historias heroicas (e incomprobables), récords sexuales jamás vistos (e inverosímiles), éxitos exagerados (e incongruentes). Pero este iba más allá del mito.

- ¿Salís de trabajar? -me preguntó.

Eran las dos de la mañana de un miércoles: ¿Quién podía salir de trabajar a esa hora? No supe qué responderle. Él siguió como si nada:

- Yo recién arranco, vengo de la timba.

Me lo blanqueó de entrada, aunque no me importara: el juego era su debilidad. Aseguraba que podía salir con una mujer en vez de perder el tiempo apostando, pero que no lo hacía. "Y eso que tengo tres bombones para elegir", remarcó, haciéndome un guiño cómplice por el espejo retrovisor. Y se largó a describirme las tres nomás. La primera era una vieja amiga, con más de 20 años de relación. Cada tanto volvían a encontrarse, era una incondicional. Le decía "GPS" como apodo: "Garche Para Siempre". La segunda era una ex pasajera, un touch and go. Y la tercera, una desconocida que lo había encontrado por Facebook. Ella lo había contactado porque tenían el mismo apellido y buscaba familiares perdidos. El chamuyo de siempre. Mail va, mail viene, arreglaron una cita para juntarse a tomar un café y, obviamente, terminaron encamándose en su departamento. O al menos eso me decía el taxista, que en ese momento ya pasaba de ser Rolando Rivas a convertirse en un Ricardo Arjona cualquiera, evocando a su canción insignia.

Me la describía de una forma tal que su presa parecía una mezcla perfecta entre Pampita y Nicole Neumann, pero con unos -ejem- 30 años más. Yo tenía mis dudas. El hombre se dio cuenta. Y quiso cerciorarse:

- Esperá que te muestro el video -dijo, mientras soltaba la mano derecha del volante y manoteaba el celular de su bolsillo.

Cuando estábamos por llegar a Nazca (el reloj marcaba $18,94), la situación se tornó desagradable. La cámara de su teléfono recorría el cuerpo de una mujer desnuda, dormida boca abajo. Le hacía foco principalmente en el culo. Después, volvía a alejar el zoom. El archivo, de unos 30 segundos, se llamaba "Susana2.mov".

- No sabés la cogida que le pegué -insistió.

Y yo, a esa altura, la verdad que no, ya no quería saber.

NJI