Testigo Criminal

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En mi colegio había un chico que se llamaba José, pero sus compañeros le decían "Polaco". Todos tuvimos una banda de cabecera en nuestra adolescencia noventosa. Para algunos de mi generación, por ejemplo, fue Attaque 77; para otros, Los Piojos o La Renga. A mí me gustaba Catupecu Machu. Grupo con nombre llamativo, ruidoso, ignoto a finales de la década. "¿Catupecuqué?", me preguntó mi viejo cuando le dije que los quería ir a ver a Cemento. Le tuve que aclarar que no, que no tenían nada que ver con Machu Picchu, que no pensaba viajar a Perú.

Aparecieron en 1997. Llegaban para los últimos coletazos del Nuevo Rock Argentino, lo miraban de afuera, con la ñata contra el vidrio, pero así y todo terminaron reinventando esa etiqueta híbrida del "rock alternativo". De un primer pantallazo, no te remitían a ninguna banda en especial, se salían del molde. Se los podría relacionar con Los Brujos, pero ellos eran 6, y Catupecu hacía el mismo barullo -o más- siendo la mitad de integrantes. Ni se vestían como seres de otro planeta. No cerraba. Para ser unos Peligrosos Gorriones eran demasiado porteños, más barriales y menos cultos. ¿Soda Stereo? Tampoco: Soda perseguía la sonoridad perfecta, Catupecu buscaba la deformidad perfecta. Y la conseguían. Después aprendieron a componer, a tocar bien, y la cagaron.

A morir es un disco al que siempre vuelvo. Lo tenía grabado en un cassette TDK de 90 minutos, de esos que había que rebobinar con las birome. Ese recital (sucesor de Dale!) me lo imaginé durante años. La ropa que llevarían puesta los músicos, dónde se paraba cada uno en el escenario, las caras del público, la temperatura y el tufillo del lugar. Me imaginaba cómo sería el acordeón de Herrlein, quién corno era Faustito y el famoso Polaco que tanto le costaba pararse. Al día de hoy, cada vez que lo pongo, me imagino un show diferente. Pienso en el "Se va a armar una de San Quintín acá", el "¿Cómo estaban antes de que salgamos a tocar, EH?" y "El lugar está puesto, ahora nos ponemos nosotros y chau". Me sabía los diálogos de memoria, como si fuera una película. "Che, vos, remera rayada, ¡Agarrenlo!".

En mi habitación tenía un póster blanco y negro (made in Parque Rivadavia) con una entrevista que se titulaba "un bicho raro llamado Catupecu Machu". Bicho raro, esa era la definición que mejor les calzaba para lo que era el rock argentino de ese entonces. Si tuviera que ponerle alguna etiqueta a Catupecu, sería "rock gutural". El "mirá, escuchá y gritá" de los 3 monos en la tapa del primer disco era sublime. Lo resumía todo, tres consignas obligatorias cuando estabas frente a ellos. Era una banda para mirar detenidamente, escuchar con atención y gritar como un desaforado. Me había impreso todas sus letras, incluso una como "Nocoso", que sólo repetía esa palabra inexistente como 20 veces. Hasta llegué a buscarla en el diccionario, confieso. Me acuerdo también de haberlos enganchado una noche en la tele, tocando en Volver Rock, con Fernando Ruiz Diaz de traje y Gabi descalzo. El yin y el yan. Romina Yan. Eran como el mercurio, que se junta y se separa todo el tiempo.

Al final me di el gusto y los terminé yendo a ver a Cemento. Tenía 14 años, estaba pelando cables en el industrial todavía. Ese día conocí algo llamado pogo. Nunca vi tantos pantalones anchos, hardcore, juntos. Me acuerdo de la fila que bordeaba la calle Salta, la ansiedad, los nervios de mi debut rockero, y un loquito que golpeaba el portón al grito de: "La puerta, che, la puertaaaaa". Todos nos reíamos con su imitación y pensábamos en el capuchón magnético. Sería a finales de los 2000. Todavía tengo la entrada pegada en alguna carpeta del colegio, al lado de una de El Otro Yo en el Showcenter de Haedo. Estrenaron un tema que al año siguiente iba a ser una bomba: "Y lo que quiero es que pises sin el suelo". Estaban tan cebados con el CD que se venía (Cuentos Decapitados) que, a modo de bis, salieron y la volvieron a tocar. Como para que no quedaran dudas, supongo. Todos nos mirábamos y pensábamos para adentro: "Este tema la va a romper, loco".

Fui testigo criminal de esos albores de Catupecu, esa introducción al daleísmo que empezaban a dictar. El día que los vi en la tapa del Suplemento Sí, con Fernando rompiendo una baldosa de tan fuerte que pisaba, se terminó mi romance con la banda. "Se vendieron", pensé dentro de mi imaginario puber. En mi cuarto tenía el cartel publicitario de Obras Sanitarias, lo había arrancado de la calle, todo rotoso, sucio. Nunca fui a ese concierto. Hoy, 10 años después, lo miro por YouTube y me arrepiento. Por suerte tengo A morir para seguir imaginándome shows perfectos que terminan con "Lavatuto" al palo y el escenario lleno de gente haciendo mosh.

NJI

Carilina World

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vendo soles en invierno
y me las rebusco en el verano
el frío es un buen negocio
en la sequía de abrazos

cachetes rosados, narices de payaso
y el pijama bajo el pantalón
en este mundo de carilina
hay que estar bien equipado

los guantes siempre listos
aunque no haya boxeadores
hay que pelear contra el viento
si no lo noqueás a tiempo

el café bien calentito
para recibir la mañana negra (negrísima)
la bufanda como serpiente
que se enrosca en tu cuello

el humito por la boca
todos somos fumadores
tiritar es un deporte
un campeonato entero

el bondi que no llega
y ese taxi te rescata
una estufa, un paraíso
doble frazada para soñar

otro invierno odioso
otro invierno lastimoso
otro invierno friolento
otro invierno violento

NJI