
Vivo en el Triángulo de las Bermudas porteño,
entre Flores, Paternal y Villa del Parque.
Mi barrio es como cualquier otro:
hay cerámicos en las veredas que se llaman baldosas,
en las panaderías se compran medialunas de manteca
y los porteros te baldean los pies a la mañana.
De chico remontaba barriletes
en un terreno baldío de Nazca y Neuquén.
Hoy está la Plaza de los Periodistas:
entre el arenero y las hamacas,
encontré tirada mi vocación.
En Gaona y Terrada resiste el Hospital Israelita,
que fundó hace un siglo mi bisabuelo, el Gran Zabotinsky.
En la esquina hay una estatua que lo recuerda
y que baja la mirada cuando paso,
por no haber seguido sus pasos
-ni su credo-
A la vuelta está El Sol de Galicia, famosa churrería
que te recomiendan los taxistas que laburan de noche.
Abre todos los días, religiosamente, a las 3 AM
-la hora del bajón-Cuando llueve, Juan B. Justo se convierte en Venecia
y el Metrobus es una góndola de lujo
con forma de fuelle de bandoneón.
En mi barrio no hace falta visa para entrar,
ni tener el pasaporte al día. Nada.
Hay una pizzería a la que llamo todos los domingos
para hacerle siempre el mismo pedido, anotá: 3 de carne, 2 de jamón y queso, 1 de humita.
Hay otra más grande en diagonal pero esa no vende fainá
-pecado mortal-
Al ferretero podés pedirle unos tacos fisher,
al zapatero unas plantillas para talle 38
y en el chino te dan caramelos como vuelto.
Martín vive a tres cuadras de mi casa,
y cuando paso por Helguera todavía me parece escuchar
los ladridos de "Lobo" detrás de la reja negra. Mi barrio nunca sale en las noticias,
no tiene vecinos ilustres, boliches de onda
ni siquiera pibes que fumen paco
-cero rating-
Existen 12 líneas de colectivo a la redonda:
el 53 llega a Constitución,
el 133 pasa por Plaza Flores,
el 106 termina en Retiro
y el 124 te deja en la casa de Romi.
El 181 es, quizás, el peor bondi de Buenos Aires.
Sobre Nazca hay un gimnasio con vidrio a la calle
para que puedas ver a los musculosos que hacen cinta,
aplaudirlos, clap clap y tirarles maní.
Tenemos nuestra propia Salada en la calle Avellaneda
-liquidación total-
En mi barrio se sigue comiendo pastafrola,
y los videoclubs compiten con Cuevana:
ya vencieron a Blockbuster.
No quedan billares, canchas de paddle,
locales de videojuegos, ni teléfonos públicos.
Algunos cibers te ensucian el paisaje.
Hay una librería que vende unas viejas Teleclicks,
revistas Gente con un especial de hot jeans
y toda la moda de Pinamar '99 con Dolores Trull.
Al lado, la vidriera de un local de computación
te muestra un Sega MegaDrive a 100 pesos
-con el Sonic 3D-
Acá no llega el subte, no tenemos equipo de fútbol
ni bares cool, ni restaurantes de sushi.
Es una zona jubilada, barrio Pami.
Si tuviera un balneario -no tengo dudas-
esto sería San Clemente.
Sólo falta la banana inflable.
Nicolás Igarzábal