Aguafuerte carioca

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Faltan 245 días para el Rock in Rio, te dice una guitarra eléctrica gigante, en el centro de la ciudad carioca, que está siguiendo la cuenta regresiva. Río de Janeiro debe ser la ciudad menos rockera de toda Sudamérica. Uno de los pocos bares donde pasan rock está al sur de Ipanema y se llama Emporio. Ahí te está esperando una pendeja de 17 años con remera de Jack Daniel's marcándole las tetas y piercing en la nariz. El musicalizador del lugar arma el playlist como si fuese una ensalada de frutas: pasa de los Beatles a Ramones, de Michael Jackson a Elvis y The Clash, pasando de vuelta por los Beatles. Los locales amenizan con cerveza Skol, la toman como agua. Ni pega.

Tres machetazos. Tac, tac, tac. El vendedor le hace tres cortes al coco y tenés un bonito aperitivo para acompañar el día de playa, que se van a terminar carroneando las palomas. El agua de Leblón está sucia hoy. Cada tanto ves flotando alguna toallita femenina o forro. Los vendedores te ofrecen palo de queso, matte y helados. Hay unos culos que ni Cucurto podría imaginar. En la reposera de mi derecha hay un tipo leyendo a Foucault. Los brasileros usan las redes de voley para improsivar un fútbol-voley. Son más futboleros que nosotros, por más que nos duela. Y más valientes, porque hay que tener coraje para usar esas sungas ridículas.

Un danés busca dealers en Lapa, la zona más popular de bares (como mudar Plaza Serrano a Once). Unas gringas bien gringas le compran macoña a un pibe de rastas y se van a fumar a la playa frente al mar. Un linyera las sigue, se les acuesta al lado y, frotándose los huevos, les pide una mamada. Ni plata, ni faso: el tipo sólo exigía una buena chupada. De vuelta en el hostel, un argentino se agarra un pedo triste en una hamaca paraguaya y se pone a cantar tangos (Volver, Cambalache, Por una cabeza). Un francés sale de su habitacion en calzoncillos y le pide, por favor, que se calle. Hay otro convoy de argentinos que se vino con guitarras criollas y se la pasa tocando temas de Los Piojos y Bersuit a puro fogón. Las garotas huyen despavoridas cuando el chanchero del grupo saca la armónica y sopla el Himno Nacional Argentino. Son todos de Catamarca. Este viaje es apenas un vermú antes de irse a Mar del Plata, la meca de todo chamuyero.

Faltan 241 días para el Rock in Rio. Cada tanto abro los mails para comprobar que nadie me extraña y para avisarle a todas las chicas que me gustan que no se olviden de rebotarme a la vuelta. Un yanki revisa su Facebook en la computadora de al lado y me pregunta cómo se escribe "Caipiriña". Después la usurpa un brasilero que se pone a ver videos de travestis en You Tube y me dice si también hay en Buenos Aires. Acá, por las calles de Gloria, los teléfonos públicos están todos tapizados con volantes de travestis. "Quase mulher" (casi mujer), aclaran los anuncios.

En el boliche Melt, unas australianas intentan levantarse a unos argentinos, sabiendo solamente dos palabras: "Maradona" y "boludo". El problema es cuando las juntan, que terminan insultando a su máximo ídolo sin saberlo. "¡Maradona boludo, Maradona boludo!", gritan, ya con varias cervezas encima, y se ganan el odio de sus pretendientes. Corina nació en Portugal, pero vivió toda su vida en Australia y ahora está trabajando en México. Un quilombo. Habla castellano, inglés y portugués. Le encanta la expresión argentina "pecho frío", copia el gestito y todo. Un cordobés trae un fernet Branca al hostel: oro negro. El pelado jura haber visto helado de fernet en su provincia.

Faltan 236 días para el Rock in Rio. En Santa Teresa (ciudad antigua sobre un morro, donde todavía pasa el tranvía por 0,60 reales) tengo sueños rarísimos, donde todos mis entrevistados me vienen a reclamar por haberles manoseado sus dichos, por ponerles puntos y comas a mi antojo. Mato el insomnio con "El señor de los venenos" de Enrique Symns (viejo, ebrio y perdido). Me traje discos de Wilco, Stone Roses, Pavement, The Smiths y Arcade Fire. Soy indie hasta en vacaciones, la puta madre.

Con El Loco Melandri hacemos rankings imaginarios, comemos mortadela Ceratti y festejamos los goles del Flamengo en la cancha de Botafogo (el Maracaná está cerrado, sorry). La hinchada tiene un cantito con "Pasos al costado" de Turf. En Copacabana me acoplo a seis pibes del Pellegrini, en un hostel bajo tierra, repleto de israelíes y monos en la cocina, donde el aire acondicionado sólo se pone de 10 de la noche a 10 de la mañana. Son 25 reales por día, sin desayuno. Con ellos vemos El Mejor Ojete del Universo, regenteado por su propio tío, en las playas de Barra da Tijuca. "Le doy hasta que venga el Mesías", acota el más sabio del grupo.

20 grados marca el aire acondicionado. Afuera hace el doble. Y yo acá, entre ronquidos ajenos, enroscado entre las sábanas de la cama, en la habitación 9, la que está al lado de la cocina, pienso que lo mejor es anotar todo esto en un cuaderno. Que no sea un diario de viaje, un cuento, ni una poesía, sino un salpicré de imágenes y buenos momentos. No vaya a ser que un día las caipiriñas me vengan a rendir cuentas y me arranquen todos estos recuerdos de un sopetón.

Faltan 223 días para el Rock in Rio.

Nicolás Igarzábal

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